Estos días he estado leyendo un
libro, que me ha regalado mi padrino Paul, escrito por un profesor de
psicología de la Universidad de París y un destacado representante de la
etnosiquiatría: Tonie Nathan.
Seguidamente os voy hacer un comentario crítico del libro, con el objeto de facilitaros su lectura para que no incorporéis conceptos que considero erroneos, y que luego os sea más difícil corregir:
Este profesor expone certeramente
en su libro que la precisión en el sueño es lo más importante para la interpretación, frente a la asociación
de ideas que propugnaba Freud. Sin embargo, aunque alaba la meticulosidad que tiene el
onirocrítico -interpretador de sueños- antiguo con la literalidad del sueño,
algo que yo comparto plenamente, paradójicamente lo hace, no por que piensa que
sea la metodología adecuada, sino por ¡¡el valor antropológico!!
Por otra parte, señala que el
soñante nunca podrá reemplazar al intérprete,
ya que “ningún sueño puede ser interpretado por el propio soñante”, afirmación
que se aleja totalmente de mi metodología.
Esta aseveración la justifica con otra no más curiosa: “si el soñante
interpreta su propio sueño, lo único que hace es producir un nuevo sueño”. Lo
curioso es que el volver a soñar sea sugerido como un efecto indeseado, cuando
mi experiencia me dice, que un nuevo sueño completa al anterior, cesando la
serie de sueños. Así pues, estos sueños recurrentes se producen en mi opinión,
por que el soñante precisa un cambio de conducta, y se prolongan en el tiempo
cuanto mayor sea el conflicto existente, y sea incapaz de un cambio ante una
contradicción personal, ignorada o reprimida por el soñante. El sueño es el
encargado de poner de manifiesto dicha contradicción, pudiendo ser origen de
enfermedades como reconoce Tobie Nathan.
Aunque su opinión es que el
intérprete instrumentaliza el sueño, recoge la tradición musulmana según la
cual el intérprete debe ser persona virtuosa, algo en lo que estoy totalmente
de acuerdo, en coherencia con la responsabilidad que supone interpretar un
sueño.
Tobie Nathan señala además, que es preciso que en ocasiones se
utilicen ciertos mecanismos de reparación para dulcificar el sueño, incluso
antes de la interpretación. Ciertamente yo he practicado esta estrategia
inspirado por la prudencia, pero la experiencia me dice que se ha de realizar
sobretodo por no someter a una situación embarazosa al soñante, al tener que
manifestarle algo que tal vez él no querría contar, más que algo que fuera
dañino para el soñante, ya que estimo que lo que hace daño al soñante es el
resultado de una mala interpretación.
El sueño es para Tobie Nathan “un infatigable creador de mundos
posibles”, pero de una forma desligada del pensamiento racional del soñante, y
supeditada al onirocrítico como “partero de acontecimientos futuros”. Por mi
parte, pienso que el sueño debería ser considerado
una variante lingüística y reflexiva del propio soñante que analiza el pasado,
eso sí, con proyección de futuro. Es un lenguaje realizado mediante imágenes,
expresiones verbales, símbolos, presencias y ausencias, que se establecen con
una economía de la actividad cerebral.
El sueño, como muy bien señala el
autor, es de las pocas cosas que se resisten a la “abrasión de la
singularidad”, pero esto no debe ser justificación para evitar su
sistematización científica y su divulgación. Así mismo para él, el sueño pide
por naturaleza una interpretación, y obliga
al durmiente a establecer una relación con su naturaleza instintiva
propia.
La divulgación y conocimiento de
la interpretación de los sueños debería evolucionar tal como hizo la Medicina,
cuyos conocimientos y técnicas fueron controlados por unos pocos sabios durante
siglos. En las últimas décadas los
conocimientos médicos se han divulgado en las sociedades avanzadas, facilitando
la salud a grandes sectores de la población, aunque no faltan los médicos que
cada vez más actúan con cierto oscurantismo, con la excusa de no vulgarizar sus
conocimientos, aunque muchas veces sea lo que realmente les mueve sus oscuros
intereses económicos, y posibles errores personales, que cada vez son más
frecuentes ante una frenética actividad de captación de clientes, y una
supuesta eficiencia técnica, en detrimento de una atención humanizada.
El autor plantea, siguiendo tal
vez esa opinión cada vez más extendida, el riesgo de la vulgarización del
psicoanálisis, al permitir que se difunda lo esencial de las interpretaciones y
narraciones de usuarios, como si una ciencia se desvirtuara por un mayor
conocimiento. No creo que mantener los sueños como conocimientos de brujos sea
la opción más acertada, ya que como en todos los saberes, existen los artistas,
unos por la práctica y otros por un don natural, que para el hombre de fe, sabe
claramente de quien procede.
Tonie Nathan sostiene que el afecto
no es constitutivo del sueño, sino que es un cebo para la atención, no cayendo
en la cuenta que el sueño dispone de un símbolo universal para el afecto, como
luego veremos, y que no es otro que el
agua (como en el sueño descrito por él y que transcurre en la Pza. de S.
Marcos).
Pero lo primero que debemos saber es el nombre del soñante, y aunque no he
apreciado el matiz que señala para el nombre específico del mismo, bien
pensado, pudiera ser que tuviera razón.
No puedo estar conforme con
cierto relativismo cultural que experimenta el sueño para Tonie
Nathan, pues la realidad en el sueño suele ser un vehículo de expresión y no el
fin mismo. Soñar con un elemento de la realidad y su significado no es lo
significativo, si deja de ser símbolo en el contexto del sueño, por lo que lo
importante no es la cultura del soñante, sino el mensaje del sueño,
independientemente de los conceptos empleados. En los ejemplos que expone
parece que la asociación entre el concepto soñado y la realidad cultural, es
más una elaboración forzada del intérprete que hecha por el soñante.
A mi parecer los sueños son reflexiones del
soñante elaboradas con un lenguaje específico, que utiliza
unidades conceptuales y asociaciones simples y muy poco sofisticadas, frente al
pensamiento racional.
No obstante, el libro de Tobie
Nathan permite introducirnos en el mundo
de los sueños, gracias al profundo estudio que ha realizado, analizando la historia del sueño desde sus orígenes
hasta nuestros días, y en diversas distintas culturas. En su análisis sigue
como modelo a seguir a Artemidoro de
Daldis, autor griego de principios de nuestra era, el cual ya señalaba que
para interpretar correctamente un sueño es preciso conocer la lengua, la
cultura y las costumbres del soñante. Sin embargo yo lo expresaría de otro modo:
hay primero que conocer la metodología que sigue el lenguaje simbólico de los
sueños, junto con el lenguaje del soñante y, ya a más distancia, la cultura,
costumbres y circunstancias del mismo. Pero para un sueño concreto no hace
falta conocerlo todo, porque un sueño tampoco habla de todo.
El mismo Tobie Nathan al señalar
sus reglas para interpretar los sueños está mostrando la dificultad que
plantean para llevarlas acabo, aunque yo añadiría: no incluir nada que no dice el sueño. Así, en el ejemplo que
describe sobre Teresa, que se fuma a un hombre, el resultado de la
interpretación ha sido terapéutico dentro de las creencias de la soñante, pero
en vez de acercarla a una reflexión de sus propias contradicciones (su rechazo
hacia los hombres le fortalece pero a su vez
entra en conflicto con la relación que mantiene con su hijo) le han
asumido en el oscuro mundo de la superstición, que por muy respetable que sea,
no deja de ser superstición (siendo un soñante católico tampoco se me ocurriría
mandarle al soñante rezar tres “Avemarias” y un “Padrenuestro” para alejar sus
temores como consecuencia de un sueño, aunque en otras circunstancias me
alegrara que lo hiciera). El resultado de la interpretación ha sido desastroso,
aunque aparentemente la terapia ha sido exitosa
(tal vez lo sea como terapia de su desequilibrio emocional pero no de su
cambio de actitud ni de indagar en las causas de esa conducta anómala).
Es curioso
que Tobie Nathan cita a Artemidoro como si fuera un exorcismo contra la
incapacidad de sí mismo como onirocrítico. Espero que no se moleste por mi
atrevimiento con esta afirmación mía si alguna vez lee estas líneas, pero quisiera
que entendiera que mis críticas no tienen otro objetivo que hacerle comprender
que la estabilidad emocional muchas veces no supone un éxito total para la
persona, sino un mero éxito parcial que puede conllevar un perjuicio para su
entorno, y como él mismo señala: “¡Grande es la responsabilidad del
onirocrítico!” El, por su parte, tal vez me pueda acusar de eludir mi
responsabilidad al hacerla recaer sobre el propio soñante, pero creo que
también el mérito de una buena interpretación está en el soñante, y que el
onirocrítico es un mero ayudante en la interpretación.
Aunque no
me dedico al psicoanálisis, coincido con Tobie Nathan en que quien recuerda sus
sueños, esta más capacitado para cambiarlos e incluso recordarlos mejor,
planteándome si no será una facultad que en la noche de los tiempos
desarrollamos, y posteriormente abandonamos por cuestiones sociales y de
civilización.
Ha sido muy
interesante descubrir que es Artemidoro el que primero plantea que en los
sueños la puesta en imágenes sigue un recorrido de juegos de palabras, que se
estructuran como una especie de jeroglífico, aunque Artemidoro se equivoque en
establecer que la interpretación debe desembocar en una predicción. Bien es
cierto que yo suelo hacerlo, pero no entendido como un determinismo oriental en
el que el destino nos marca. El hombre elige sus caminos libremente y por ende
sus sueños, y sus sueños son la forma de entender su mundo, aunque él no haya
sabido entresacar esos pensamientos de otros más importantes en su día a día,
hasta que lo hace con un sueño.
Lo que sí
es cierto es que en la época de Artemidoro en donde la vida era frecuentemente
corta y puesta a prueba en numerosas ocasiones, lo más importante era predecir
qué iba a suceder mañana, pero yo opino que el hombre de hoy sufre más por como
interaccionar con su entorno familiar y afectivo, y sus consecuencias.
Afirmar que
el sueño debe predecir lo que ocurrirá, es un error recogido probablemente por
una tradición cultural que cree en el determinismo, pero que está alejada de la
realidad objetiva.
Tobie Nathen narra como distintos
pueblos poco avanzados tecnológicamente han practicado desde antiguo lo que se
llama la “incubación”, consistente en procurar mediante los sueños, convocar a
una divinidad de la que se esperan beneficios, no sólo interpretando el mensaje, sino llevándolo a la acción, es
decir, posibilitando su cumplimiento en el mundo real.
Partiendo de la clasificación de los sueños de
Artemidoro, divide los sueños en varios tipos:
- Sueños de efervescencia, que no
se abren al futuro
- Sueños vectores, que se abren
al futuro y que considera que son éstos los que verdaderamente interesa
interpretar
- Señales, en las que se
prefigura el porvenir, y que cuando se muestran de forma angustiosa se
denominan pesadillas.
Una clasificación de los sueños
exigiría una clasificación de la realidad y de su interacción con el hombre, lo
que puede ser muy arbitrario. Esto no significa que la clasificación que hace
el autor en su libro sea errónea, sino que tiene el valor que tiene, es decir,
muy escaso.
En mi opinión, todos los sueños
son susceptibles de interpretación, y hay que llevar mucho cuidado con
interpretarlos de manera superficial.
Los sueños por su naturaleza
creativa no tienen límite de expresión en el espacio, salvo que son soñados por
alguien en un espacio real con el que se interactúa en mayor o menor grado,
pero tampoco en el tiempo, salvo por la duración real del tiempo que emplea el
soñante. Así, los sueños pueden ser una reflexión del pasado, un análisis del
presente o una preparación para el futuro. Dicho esto, en todos los casos el
sueño se proyecta hacia el futuro, ya que toda reflexión personal tiene
consecuencias a posteriori, y su emergencia dependerá de la gravedad del asunto
y/o de la contradicción vivida por el
soñante, entre lo que piensa profundamente, y su manera de actuar realmente.
La pesadilla nos muestra más
claramente la función del sueño, esto es, asumir en lo posible una realidad que
con frecuencia nos es hostil, unas veces de forma pausada y enigmática, y otras
tan brutal como puede ser la peor pesadilla, pero en todos los casos tan
imprevisible como se nos presenta la propia realidad, aunque de manera
suavizada porque “los sueños, sueños son”.
Hay sueños que simplemente son
una sugerencia a replantearse un problema, unas veces con solución y otras no,
ante una potencialidad apreciada pero no asumida por la consciencia, aunque
bien es cierto, que la comprensión del problema viene a ser el principio de la
solución. Como bien dice el autor, la pesadilla viene a decir la verdad que no
se quiere conocer (o que no llega a comprenderse por estar bloqueado).
Ya
en nuestra civilización, cuando comenta a Sigmund
Freud, su única crítica es que al
utilizar el sueño, éste se contenta con establecer una constatación del propio
pensamiento (cosa que parcialmente yo comparto con Freud), sin exigir una
proyección ni actuar sobre futuro alguno, cuando en los ejemplos que muestra,
lo más atacable de Freud es que retuerce demasiado las asociaciones simbólicas.
Para mí, el
ejemplo de Freud, en el que se habla de una mujer que lleva un sombrero, parece
que el problema que sufre es más de una dicotomía mental alimentada por su
orgullo, que debería ser solucionada sustentándose su seguridad en algo más
sólido (a falta de saber alemán).
La metodología a seguir en mi opinión cuando se interpreta un sueño es
que lo primero que se debe pedir, lógicamente, al soñante es que narre el sueño,
pero de forma general. Esta primera narración refrescará los recuerdos del soñante
y se puede determinar someramente el tema -o acento que señala el autor del
libro- principal del sueño; una vez determinado, se comenta al soñante y se le
emplaza para ese u otro momento, para una narración más exhaustiva, en la que se
toma nota de cada detalle, puesto que cada uno de esos detalles supone un
fragmento de la historia que se está contando; mientras tanto se va madurando
el sueño.
Hay sueños que es preciso
preguntar el nombre de una persona, o incluso interrogar por quién es esa
persona que aparece simbólicamente con tal nombre y es desconocido por el
intérprete. Las respuesta a estas preguntas llenan de gran regocijo al
onirocrítico, para estupor del soñante, que se atreve a esta aventura, muchas
veces con un gran escepticismo.
El onirocrítico cuenta con cierto
“corpus de referencia” que le
facilita la tarea tal como muy bien dice Tobie Nathan. Pero estos sueños largos
y complejos precisan de un análisis lingüístico, por que el sueño,
curiosamente, no sólo utiliza del lenguaje simbólico, sino que emplea analogías
fonéticas y asociaciones conceptuales para marcar los aspectos más oscuros del
mismo, pudiendo ser este el mayor problema en la interpretación de los sueños,
ya que si no controlas el idioma del soñante, estos marcadores dejan de interpretarse
y con gran dificultad podrás entenderse el mensaje.
El corpus de referencia ha de
recoger, al igual que la realidad, todo lo que lo define en su marco onírico.
Un sueño consta de una sucesión de escenas, a modo de teatro, en el que
comienza con una escena inicial, seguidamente se desarrolla la trama y
terminando en un final o desenlace, en muchos casos abierto hacia el futuro.
Es importante destacar que generalizar sobre símbolos en los
sueños es muy arriesgado. Yo únicamente he detectado unos pocos, entre ellos el
agua. Y es que el agua es el elemento vital de todo ser vivo, y por tanto
fundamental para cualquier hombre del planeta, por lo que no es extraño su
papel esencial en los sueños.
Es
interesante constatar, a través de lo que el propio autor nos señala, que en
muchas culturas se disuelven los sueños en diversos líquidos, utilizando el
símbolo onírico en la realidad, para hacer así de la realidad sueño, algo que
no me es ajeno.
Otro símbolo, también detectado
por el autor de “La nueva interpretación de los sueños”, es el automóvil,
aunque realmente debería decir “los medios de locomoción”, los cuales suelen
significar el estilo de entorno en que se vive el soñante, según el tema del
sueño.
Hay otros sueños más complejos,
que reflexionan sobre la decisión tomada ante una situación violenta. Así, el
sueño que narra el autor, de un pájaro que desciende sobre una presunta violada
en Kosovo, describe la angustia de esta mujer por no haberla expresado en su
momento, en vez de la posibilidad de una potencial violación o incluso la
muerte. Este ejemplo mal interpretado, muestra la importancia de comprender el
mensaje que conlleva el sueño para el soñante, aunque los terapeutas podrán
realizar su tarea, pues entienden correctamente que la terapia pasa por resolver el conflicto de tipo afectivo, que fue
generado en aquella situación traumática, pues para ellos una interpretación
subjetiva y convincente es suficiente.
En esa neorealidad sucesiva lo
primero que hay que fijarse es si hay o no hay agua, ya que el agua define la
intencionalidad del sueño al ser el elemento vital de todo ser vivo, como ya he
explicado. Así mismo, se ha de interrogar sobre los colores de cada escena y de
cada objeto, así como observar en la narración cómo la gravedad actúa sobre
todos personajes y objetos del sueño, sin olvidar la posición relativa de cada
elemento y su evolución lógica. Es muy importante saber como se jerarquiza de
izquierda a derecha cada uno de los elementos en función de su importancia y
valor.
El sueño analizado de manera más
superficial, tan solo permite grosso modo al inexperto o al onirocrítico
perezoso - a veces lo soy- analizar qué preocupa al soñante, y ser el inicio de
una conversación exploratoria entre
ambos para profundizar más.
No seguir esta metodología
impedirá entender, no sólo lo que quiere expresar el soñante (incapaz incluso
de seleccionar el mensaje entre sus múltiples inquietudes), sino tampoco lo que
nunca se atrevería a decir de otro modo, haciéndolo mediante este lenguaje con
mayor precisión.
El corpus de referencia que
comentábamos, se apoya en la experiencia como onirocrítico, primero de los
propios sueños, y después en los de otras personas de su entorno. Utilizar un
corpus mitológico de referencia puede suponer una ayuda momentánea, pero
después puede ser un cúmulo de despropósitos que alteren el mensaje real. Los
sueños casi siempre están elaborados mediante asociaciones simples, y llevarlo
a asociaciones complejas que encajen en prejuicios de tipo cultural, no
explican nada de lo que el soñante intenta expresarse y comprender. A mi
juicio, la utilización de tradiciones de tipo mitológico, cultural o religioso
debe ser una excepción.
El mismo Tobie Nathen nos recuerda que ya
Aristóteles dudaba de que los sueños fueran mensajes de los dioses y mi opinión
coincide con él. Aunque yo sea una persona religiosa considero que los sueños
tampoco son mensajes de Dios, y menos aún de demonios o de entidades
extrasensoriales promovidas por grupos esotéricos de diverso tipo y calibre. Los
sueños versan de lo que preocupa al soñante, cristiano, judío, mulsumán,… y, según su creencia o fe, indudablemente alguno
de sus sueños planteará un análisis de
su forma de relacionarse mediante su religión, como así sucede con los de
cualquier otra cultura y forma de pensar. Esta afirmación no pretende negar los
sueños inspirados de ninguna
religión, porque el hecho religioso es independiente del lenguaje empleado, y
en este caso del lenguaje de los sueños. El hombre religioso vive su
experiencia desde el punto de vista de la fe y la ciencia debe mantenerse al
margen de lo que no es su competencia. Pero tampoco los sueños nos demuestran
la existencia de Dios, dioses, demonios, almas, entes o seres de otros mundos,
como tampoco niegan estas existencias, sino que muestran, como ya he indicado,
exclusivamente lo que vive el soñante.
El autor se
coloca en una equidistancia con respecto al hecho religioso y los sueños,
aunque equidistante hasta cierto punto, porque se detalla con todo lujo de
detalles el efecto del desconocimiento del sueño por el mundo medieval
cristiano. Lo que sí es cierto es que la Iglesia en el medievo intentó evitar
los grandes peligros que se pueden derivar de utilizar los sueños de forma
inadecuada, especialmente en los estratos sociales menos cultos. Basta observar
la cantidad de diccionarios sobre sueños que son publicados hoy en día, a pesar
de su inutilidad, y ser llevados sus lectores por un camino cuando menos arriesgado.
Por otra parte Tobie Nathen me
parece que plantea de forma más o menos velada una superación de la concepción
monoteísta mediante el sueño, por su utilización del mismo por pueblos que,
como el griego, utilizaban el sueño como inspiración divina desde su concepción
politeísta, sin comprender -y no me canso en repetirlo- que el sueño expresa únicamente
lo que el propio soñante piensa.
Esto no invalida para el hombre
religioso los sueños inspirados, como los de José, el hijo de Jacob, o S. José, el esposo de Santa María, ya que
desde la fe los sueños se tienen como consecuencia de la unión con la
divinidad, experiencia vivida en todos los casos por los hombres de fe,
independientemente de ser su visión de Dios correcta o no. Al fin y al cabo,
para el que cree en Dios, todo tiene un fin, aunque solo sea escribir estas
líneas.
En ocasiones el sueño es tan
complicado o la persona a escuchar es tan compleja que una oración no está
demás, especialmente cuando te das cuenta que tu interpretación puede tener
cierta transcendencia en el futuro de esa persona.
Por otro lado, el sueño es vivido por las distintas culturas del
planeta de distinta manera, todas ellas respetables, pero no todas ellas
valorables de igual manera, como tampoco puede ser valorada de igual forma la
actividad de cada onirocrítico, ya que fuera de una visión puramente
científica, los logros de cada cultura van acompañados de no pocos errores y
deformaciones, que se van adhiriendo a lo largo de los siglos. Analizar estos
errores permite calibrar las distintas culturas, aspecto interesante para otras
ramas de la Ciencia.
Frecuentemente en numerosas
sociedades se ha dotado a los sueños de una capacidad de predicción que carece, no porque el sueño no permita
la predicción, sino porque el sueño carece de un determinismo que el hombre
también carece, aunque una persona con gran experiencia vea hacia donde va el
camino que ha tomado otra persona, situación o él mismo. Así pues, el sueño
predice lo que la experiencia del soñante permite predecir observando la
naturaleza, su entorno y allegados, y generalmente las personas con experiencia
tienen una capacidad de análisis del futuro mayor de lo que ellos mismos
suponen.
Es interesante la descripción que
se hace en el libro de las características
del sueño, aunque no se tenga
presente que los sueños son expresión de la preocupación del soñante. El autor
incluso llega a afirmar rotundamente que el sueño no debe ser considerado como
una digestión de los acontecimientos de la víspera, sino un borrador del
mañana. Ciertamente el sueño aspira al mañana, pero no son pocos los sueños que
miran al pasado, aunque ciertamente sean el primer paso para enfrentarse de
mejor forma a un futuro probable.
Esta noche mismo he tenido un
sueño en el que me planteaba un tema tratado en la vigilia nueve días antes; en
este sueño reflexionaba sobre la posible relación entre dos amigos y los
inconvenientes que conllevaría para ellos. La prescripción fue tajante: no
hacer nada. Una vez despierto, repasé el sueño y reconocí que era la mejor
solución, y me volví a dormir; del sueño apenas me acuerdo, pero sí de la
decisión tomada.
Un ejemplo sería los sueños
referentes a “dientes”, palabra que en español se asemeja a “mientes”, por lo
que cuando alguien me cuenta un sueño en mi idioma, la interpretación es muy
fácil, tan fácil tan fácil, que probablemente haya simplificado demasiado su
interpretación, lo cual he de agradecer a Tobie Nathan (¡y a mi padrino!), que
me haya hecho reflexionar que en cuestión de sueños, nunca todo está dicho.
Con gran juicio el autor desaconseja el
innumerable número de diccionarios de sueños como yo mismo ya he comentado.
En la entrada anterior de este
blog, he relatado una serie de pesadillas que reflejaban la angustia por la que
estaba pasando al verme afectado por una enfermedad grave. La interpretación
fue fácil para mí que era soñante y onirocrítico, con lo que bastaron dos
sueños para asumir el problema y cesar las pesadillas. Las restantes noches han
sido tranquilas y plenamente reparadoras.
Sorpresivamente en el libro se
expone el desprestigio de la ciencia del
sueño, al afirmar que “la ausencia
de significado de los sueños sigue siendo la opinión predominante en el ámbito
de las investigaciones en neurofisiología del sueño”. Esta afirmación me ha
sorprendido, ya que pensaba que había sobrados especialistas en esta materia, y
yo simplemente era un aficionado que, eso sí, había analizado numerosos sueños
a amigos y compañeros.
También es cierto que son muchas
personas no desean que sus sueños sean interpretados, especialmente cuando
comprueban que cuando narran un sueño cuentan mucho más que unas pocas imágenes
absurdas, pero son muchas más las que no están dispuestas a sacrificar su
tiempo en aprender, o tan siquiera en redactar un sueño.
Sin embargo, el autor plantea
algo con gran juicio y que con frecuencia también me he planteado: “si la
interpretación es más económica que la no
interpretación”, y, efectivamente, interpretar un sueño - especialmente si
es simbólico que relata una historia de cierta envergadura - supone un esfuerzo
considerable, aunque estos sueños son los que producen una mayor satisfacción
cuando son aclarados, especialmente cuando existe un profundo conflicto en la
vida de una persona.
En mi
opinión el objetivo de todo onirocrítico
debería ser, además de interpretar los sueños relatados por otras personas,
enseñarle a éstas a interpretar sus propios sueños, para luego tan sólo atender a
aquellos casos difíciles que exigen un especialista. También opino que los
especialistas deberían ser los que atendieran a aquellas personas que han
perdido la estabilidad emocional y psíquica en equipos multidisciplinares
como sugiere el autor. Pero en todo caso, yo insisto a todos los soñantes a los
que he interpretado sus sueños, que el
mejor intérprete de un sueño es el propio soñante, teniendo siempre presente
que el sueño nunca puede explicar nada que esté en contradicción con el propio
pensamiento, y si no es así, podemos afirmar, con toda rotundidad, que el sueño
está mal interpretado (otra cosa es que uno se sorprenda de ver reflejado el
propio pensamiento de una forma tan particular).
A mi juicio, la ciencia del sueño u onirología tiene
por objeto la descripción del sueño y establecer la correcta interpretación. No
sería tan importante si el sueño es real o no, sino el análisis de su lenguaje.
Muchas veces un relato imaginario sugiere su origen onírico, e incluso a veces
la realidad se hace sueño. ¿Podríamos encontrarnos algo inesperado en el mundo
real como resultado de analizar los sueños? Es una pregunta que el futuro nos
contestará.
Por otro lado, en la ciencia del
sueño la interpretación debería depender lo menos posible del intérprete, y
aunque esto es imposible, se lograría en cierto grado si el intérprete
estuviera bien formado. Este por su parte debería siempre evitar causar daño al
soñante -tal como señala Tobie Nathan- algo que no es difícil cuando el sueño
por sí mismo, si está bien interpretado, no es capaz de hacerlo.
La interpretación no debería ser
monopolizada por los nuevos movimientos de conocimiento personal que carecen
del rigor científico necesario, que tristemente es lo que está sucediendo en
nuestra época.
La interpretación de un sueño debería
también ser única, aunque esto es difícil, ya que incluso la descripción de un
hecho es explicable desde múltiples ángulos y matices. El relativismo que
inunda la filosofía actual – y el libro de este autor - no ayuda a una
concepción como ésta, especialmente para una ciencia todavía en desarrollo,
pero creo que nuestra mayor contribución a la consideración del sueño como algo
a cuidar en nuestro acervo cultural es el revalorizar el sueño.
La interpretación encierra una
proyección de futuro que debe ser cuidadosamente elaborada, no cayendo en el
determinismo, y construyéndola desde un aspecto positivo. Ejemplos de ello son
las citas del Talmud mostradas en el libro, siguiendo la tradición judía. La
predicción de los sueños debería quedar reducida a la capacidad que tiene el
hombre de prever los hechos futuros como fruto de la propia experiencia.
El sueño desde un punto de visto
científico puede tener un contenido religioso, incluso inspirado, pero éste
queda fuera de la competencia del análisis científico. Su veracidad o no, cae
dentro del ámbito de la creencia y la fe, pero nunca debe ser utilizado como
justificación de convicciones religiosas, sino como parte de esa vivencia,
cierta o no.
El racionalismo desprecia el
sueño según Tobie Nathan, pero la ciencia debería replantearse este error y
desarrollar el lenguaje del sueño, estudiando la utilización del lenguaje de
los sueños en el arte, la cultura, tradiciones, etc (como la representación del
demonio con detalles cristianos para un judío que comenta el autor).
La ciencia del sueño debería
elaborar librerías de sueños completos para un estudio sistematizado y
posterior de los mismos, así como debería formar un protocolo de actuación que
yo me he atrevido a apuntar, así como se debería formar grupos de trabajo según
las distintas lenguas y grupos bilingües, tal como indica Tobie Nathan.
He echado de menos en el libro
alguna referencia a Carl Gustav Jung, discípulo de Freud y al surrealismo, pero
por lo demás, el libro contiene casi todo lo que se debe analizar sobre los
sueños
Finalmente no me queda más que
decir que la lectura de este libro ha sido gratificante y os aconsejo su
lectura. Muchos son los aciertos y muchos son los errores que contiene, como yo
habré cometido otros errores en estos artículos que os he escrito, pero espero
que con ellos y la lectura de este libro, mejoréis vuestro vocabulario y
vuestros conocimientos sobre los sueños, y algunos de vosotros podáis en
vuestro futuro profesional, enmendarlos y llevar esta ciencia a buen puerto.